Perdonado.

El olvido es la única venganza y el único perdón.

J.L Borges.

Leía el otro día mi amiga Tania La memoria y el perdón, de Amelia Varcárcel, y se preguntaba si acaso, el perdón, ese héroe y monstruo tan sujeto a tantas condiciones, tan entremezclado con otros fenómenos, tan inaprensible… No era en realidad mentira, y debíamos reconocer que el perdón no es posible.

El perdón bíblico es pura abnegación. El ortodoxo perdona en piloto automático sin pasar por ningún proceso, simplemente siguiendo el imperativo categórico de perdonar. Es sólo una concesión… Es sólo una palabra. El devoto no necesita — ni ansía siquiera— el remordimiento ajeno, porque para él el perdón nada tiene que ver con nadie sino consigo mismo, o lo que es lo mismo: con Dios. Puntos acumulados en el carné de socio de El Reino de Los Cielos. 

El perdón pagano complica más el asunto. Está ese dicho popular, el de yo perdono pero no olvido, y no deja de resultar curioso que esta frasecilla, tan sospechosamente inflamada de animosidad, sea tan genuinamente cierta. Si algo debe ser el perdón es consciente, valiente y determinado. Perdonar se perdona precisamente porque no se olvida.

El perdón practicante es el más caótico de todos. Está condicionado por mil factores, cambiantes, personales e intransferibles. Hay gente que siente el perdón como la purga del resentimiento. Hay gente para la que el perdón sólo puede otorgársele al arrepentido. Hay para quien perdonar no implica retomar… Y para quien sólo implica hacerlo. Unos perdonan al que se lo ganan después y otros perdonan al que se lo tenía ganado de antes. 

Pero el perdón es como el sexo: nadie tiene derecho a él. Nadie tiene el deber de perdonarte. No podemos ser verdugo y juez. No podemos tasar el daño que infringimos. No podemos decidir cómo ni cuánto va a afectar el mal que hemos hecho. Quien corre el riesgo de joderla, asume el riesgo de haberla jodido. El perdón legal es, de todos, el más absurdo.

Perdonar es contarle al otro que le quieres por encima de lo que ha pasado. Eso no acaba con el dolor, la rabia ni el miedo. Es sólo construir merenderos mientras caminas un desierto que esperas que algún día acabe.

Y si el perdón es algo más grande, algo más mágico o épico; si el perdón es el antídoto de la culpa, un reset, la máquina del tiempo o una decisión que, una vez tomada, es incuestionable, en lugar de una criatura viva, que acogemos dentro de nosotros, se alimenta, se remueve, enferma y crece y nos hace personas más difíciles… Entonces supongo que no, perdonar no es posible.

En lo único que yo creo, con toda el alma, es en la voluntad de hacerlo.

Deja un comentario