Marzo 26.

Este no es el resumen de mis últimos años.

Aprendí de lo sencillo y me desgarró. Salté del vagón de un tren en marcha con la ayuda de una mujer que no hablaba mi idioma. Estuve en las dos orillas opuestas del Atlántico, miré al frente y vi a una chica. No sé si eso fue importante.

Al mar le supliqué, y a otros espejos, y funcionó. Es la tierra la implacable. Es en mi bañera llena sal en la que tuve que aceptar la muerte.

Pero quise una vida honesta.

Mentí.

Mentí cuando dije no perdono. Mentí cuando dije es imposible. Mentí cuando dije no lo haría. Mentí cuando dije estuve sola. Mentí cuando me callé.

Yo encontré certezas en las canciones que escuchamos en la tarde, horizontalizados, montando en bicicleta pies con pies; en el tintineo de la poca agua de una botella de plástico sentada en la plaza 1 de agosto, en esperar a que salgas de la ducha con el móvil a to trapo, en los anillos de servilleta frufrú, en el ruido del sol, en las tormentas del Este y en las bromas que eran deseos. No hay más verdad en el silencio que en preguntarnos qué vamos a comer hoy.

Dejé de hablar del universo, y empecé a escuchar. Lo escuché todo. Mis ojos televisaron un big bang; no puedo estar segura. Me lo contaron. Me lo contaron un lunes, dos lunes, ciento cincuenta lunes… Y yo supe que era cierto.

Estudié la teoría de cuerdas y entendí que las cosas más pequeñas que existen pueden vibrar como las guitarras, que al sonar te llevan de viaje por el tiempo. Tarareé todo el aire limpio del año 2018.

Vi Coco, La película, dos veces en un mismo año: la primera en Nueva York, la segunda en Noruega y ambas en Ciudad de México. Estuve encerrada en mi casa más de 365 días.

Subí a la azotea, entré a la autovía, salí de vuestra zona de comfort y bajé a los infiernos. ¿También eso era importante?

No hice amigas; coincidí con otras chicas. Y dejé de coincidir con todas. El mundo es sólido y eso me destroza.

Me equivoqué de carrera y dejé de correr. Lo más cerca que he estado de enmendar un error ha sido parar de cometerlo.

De los obstáculos que sorteé nunca me tocó ningún iPhone 13, ni me gustaron muchas fotos a las que di like, ni comenté aunque compartí, ni pedí explicaciones; ni fueron justos conmigo, ni conseguí justificarme.

Me tragó la tierra y me escupió masticada. Desapareció lo-que-yo-tenía intervertebral. Me alejé hacia adentro. Desaprendí a hablar. Y si ahora tuviera que cambiar de vagón, volvería a pedir ayuda.

Está bien: este no es el resumen de mis últimos años.

Todos los problemas que dejé para el futuro, me llegaron.

Le conté a mi madre un tatuaje a espaldas, y no era mío.

Dije la verdad.

Dije la verdad cuando perdoné. Dije la verdad cuando hice lo imposible. Dije la verdad cuando estuvimos juntos. Y dije la verdad cuando me callé.

He suplicado al amor, a la tierra, a Dios Santo y al final sólo me ha sido devuelto el eco de mi propia voz.

No pasa nada. Volveré a coincidir con las chicas.

El mundo es sólido. Pero sólo por eso yo pude agarrarme alguna vez.

He tenido una vida honesta.

Ahora sé que el cielo no existe,

pero sigo soñando con volver cada día.

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